Las lágrimas de Salvador.


El pensamiento de hoy no se muy bien como escribirlo, aunque se muy bien lo que sentí, cuando me lo explico mi mujer. También se muy bien lo que siento en este momento pero me ha tocado de lleno un sitio donde la esclerosis no llega: el corazón.
Me costara escribirlo en varios días porque las lágrimas de Salvador, ahora mientras escribo son mías. Y es muy difícil hacer sentir esto si no es desde el conocimiento y el corazón.

Salvador es mi sobrino, es un portento físico. No voy a entrar en detalles. Además, como es comprensible, no seria imparcial, me dejaría llevar. Es muy duro. Consigo mismo y, a veces, con los demás. Nunca le he visto llorar. De hecho, sigo sin verlo.

Pero, cuando me diagnosticaron la EM, mi mujer fue a la Fundación porque desconocía por completo la enfermedad. En honor a la verdad, en aquel momento también para mi era un completa desconocida. Le acompaño una amiga y Salvador.

Mientras ella hablaba con una psicóloga, ellos esperaban en recepción. Veían las personas pasar con sus bastones, sus muletas y sus sillas de ruedas. Personas de todas las edades. Salvador se puso a llorar. No pudo reprimir aquella emoción.

Nunca le he dicho que se lo que le pasó aquel día pero intento devolverle cada lágrima con una sonrisa cuando lo veo. Quiero que siga siendo duro. La vida ya es lo bastante dura para todos como para que se preocupe por mi.

Pero sus lágrimas, aunque nunca las he visto, las llevo en mi corazón desde ese día.

  • Mientras escribo esto, estoy escuchando: As come you are (Nirvana)

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