La calma tras la tormenta.


Al final del pasillo de la Fundación distinguimos las figuras de quienes, cada día, nos vamos a contar nuestras pequeñas anécdotas, nuestras pequeñas batallas diarias y, por que no, nuestras esperanzas. Las figuras de cada una y cada uno se nos muestran diáfanas, en el trasluz de la entrada.
No hace falta pronunciar el nombre de nadie pero, como si de una rutina se tratara, mentalmente vamos nombrando a todas y cada uno de los que estamos en la actividad del día.

Sabemos quien causo baja el día anterior, una simple baja burocrática, y quien corresponde a una nueva figura en el pasillo.

Pero hay veces que vemos una figura que todos tenemos por muy familiar y sabemos que, aún no debe causar baja. Pero hace algunas semanas que no la vemos. Ninguno le pregunta que ha pasado. De sobra lo sabemos. Nuevos brotes han aparecido allá donde solo había calma.

Nadie la pregunta pero todos hacemos una cosa: volcarnos con ella, sonreír con ella. Sacar esa risa que, sabemos, en los últimos días no debe haber esbozado con mucha frecuencia. Y ella nos corresponde. Como cuando las niñas, en este caso, vuelven a la escuela. Nos sonríe, callamos y escuchamos.

Entre el miedo y la alegría. El miedo del brote y la alegría de que ya paso. Entre el miedo a la tormenta y la calma que viene tras la tormente.

Nunca pienso en la calma que precede a la tormenta. Porque, si algo he aprendido, es que la tormenta no la voy a evitar pero la calma... esto la tengo cada vez que veo la silueta de un amigo o amiga dibujada en mi retina. Para mi es un... nuevo brote de esperanza. Ningún medicamento puede darme eso. Ninguna enfermedad, quitarmelo.

  • Mientras escribo esto, estoy escuchando: Suzanne (Leonard Cohen)

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